jueves, 27 de enero de 2011

Ha llegado Cristóbal Eduardo

Ha llegado Cristóbal Eduardo, un día 27 de enero del año 2011 a eso de las 21:58. Es un bebé de ojos claros y sonrisa simple, de llanto fulgurante y de manos tiernas; un bebé que trae sueños alegres y esperanzas múltiples, un hijo que viajará liberto entre las hojas del mes de otoño, que entonará canciones sutiles como su nombre. Sutiles como esa palabra que tanto me gusta.

Ha nacido Cristóbal Eduardo, con la paz justa y necesaria, de aspectos nobles y apasionados. No nació un día uno como a muchos les gustaría nacer. Nace entre los brazos de un hombre como yo, que ha buscado, encontrado, perdido y reencontrado la palabra sutileza, tan sonora como el viento, tan silenciosa como el vacío. Ya estás aquí para llevarme al aprendizaje final del ser. Aprenderé de ti, hijo mío, palabras nuevas, nuevas, nuevas. Aprenderé de ti y de los misterios de esa humanidad humana que ambos ya compartimos. Aprenderé de ti la calma presente de atardeceres bajo los árboles. Más que enseñarte yo, me enseñarás tú, como lo hiciste hoy cuando oíste mi voz de cartón piedra. Parece que ya éramos desde antes, porque tomaste mi mano y te calmaste como siempre. Por que abriste por primera vez tus suaves ojos y me encontraste humilde con esas simples promesas de amor verdadero que tanto cuesta entender en este mundo de relojes a pila.

Cristóbal, ese es su nombre; con mayúscula y con la tilde necesaria para diferenciar. No fue elegido al azar. Los nombres tienen lo suyo. Nos cargan de afectividad, nos hacen pensar en el futuro, nos sitúan en el Mundo y en el Universo. Los nombres suenan, resuenan, dicen y predicen; son parte de nosotros, de nuestra identidad, de nuestra visión de lo que queremos y esperamos, lugares comunes. Que ternura la tuya, que suavidad la tuya, que tranquilidad la tuya. Ya llegará el tiempo exacto en que nos comentemos esas falaces verdades del día a día, en que leamos juntos a Benedetti y escuchemos canciones añejas de Sandro, esas que alguna vez inspiraron a otros padres a escribir lo que yo escribo. Gracias por nacer, gracias por el fuego.

Esto es reflexión y esto es resistencia.

miércoles, 26 de enero de 2011

Para Cristóbal, horas antes de nacer

Hoy, 27 de enero de 2011, es un día especial. Es un día de esos donde la fecha no se pierde jamás, ni en el tiempo, ni en ningún laberinto: nace mi primer hijo y se llamará Cristóbal Eduardo. He pensado en él desde que supe que vendría y desde que supe que sería parte de mi propia existencia, que estará presente en mí desde siempre hasta el infinito. Pienso en él y en el mundo que heredará, en las películas que alguna vez verá, en los libros que descubrirá, en los amores que tendrá, en sus conquistas diarias y en sus pesadas frustraciones. Pienso en él como el chileno que será y a su vez en ese Chile que recibió de parte de quienes han forjado esta patria solemne.

Cristóbal alguna vez me preguntará por qué su mamá tuvo que trabajar mientras él estaba amamantando, me preguntará cuál era el oficio de su madre y por qué aún sigo pensando en ideales añejos que solo piden la justicia necesaria a esos años de despojos y maltratos de quienes mantienen el estatus quo. Seguramente descubrirá a Víctor Jara y sus canciones, indagará en mi historia y escarbará tras puntos seguidos y puntos aparte sobre sus padres, si estos fueron felices, si fue esperado y si su cuna, que lo está esperando, fue confeccionada con amor. Yo le responderé que con un terminante y rotundo SÍ.

Cuando crezca le diré lo bello que resulta respirar, descubrir mirando el día pasar, añorar la importancia de la cultura ancestral de los pueblos que fueron origen y que son parte de la sangre que recorre sus venas, de la importancia de la lengua escrita y hablada, de la necesidad de hacer comunión con otros hombres de bien, de las artes que abren el universo del conocimiento. Conocerá el mar, las olas, a Pablo de Rokha a Julio, al maestro Borges, a Gabriela que a esa altura dejará de ser un simple billete de cinco mil pesos; Descubrirá la importancia de la física de Newton y de cómo los griegos y los latinos le dieron la esencia necesaria para cuestionar.

Escribo esto para él, con el sueño de la vigilia de la espera que ya ha llegado a término.

Hijo, no te preocupes, estoy aquí presente ahora y siempre. Sé feliz, nada más te pido.