martes, 16 de noviembre de 2010

El equipo no es de todos

El fútbol y la vida tienen mucho en común. La metáfora es muy simple. Cuando era niño pensaba en hacer muchos goles por la selección, jugar ante los brasileños, participar en un mundial y ser la estrella máxima del seleccionado nacional chileno. El asunto es que pasó el tiempo y me di cuenta de que era malo para la pelota, de que no había adquirido el don del goleador; me transformé en hincha, en espectador. Grité cuanto gol se daba a favor de mi equipo y pensaba, al mismo tiempo que el fútbol, como deporte que enciende la pasión más absoluta de todas, no era posible de manejar, que no era un instrumento de los poderosos para acaparar más poder. Me equivoqué.

El día en que llegó Marcelo Bielsa al equipo de todos me imaginé que algo en Chile iba a cambiar, que esa mentalidad de perder por un gol de cabeza en el último minuto frente a los Uruguayos se quedaría tan atrás como esos vagones de las empresas madereras; cuando llegó su fórmula de ir hacia adelante y presionar al rival en terreno contrario y meterlos en el arco del frente, me volvió la esperanza de por fin ganarles a los argentinos sin trampas sino que con fútbol, y que el Cóndor Rojas y los años de suspensión de una vez por todas serían olvidados por la frágil memoria colectiva de nosotros los chilenos. Nos ilusionamos, como siempre sucede en estos casos, con la idea de llegar a un mundial y por fin pasar a cuartos de final, por fin ganar algo fuera de casa, por fin dejar de ser un pueblo con cara de fútbol amateurs, con instituciones que se preocuparan por la excelencia de las personas, por la técnica y por la prolijidad. Como ven, otra vez me equivoqué.

En las elecciones de la Dirigencia del fútbol nacional se dio, otra vez, la lógica de mi país, la lógica de esta nueva (que a esta altura es vieja) forma de gobernar, la lógica de cómo se maneja Chile. Me explico aunque pueda ser repetitivo y al mismo tiempo paradójico: un grupo pequeño de dirigentes que en su ideario y fin deberían escuchar a sus hinchas simplemente hicieron oídos sordos a las “súplicas de la multitud”, al clamor popular. Ese clamor era que Bielsa (“el loco” como dice su excelencia el presidente) se quedara para que pudiéramos disfrutar de esas escasas victorias. Como sucede en la mayoría de las veces, la dirigencia, los grupos de poder, privilegiaron sus propios intereses, menospreciando los gritos que bajaban de la galería y que pedían cierto grado de cordura. Nada importa ni les importó. Para ellos si el DT es bueno en su trabajo, si lo sabe hacer, si maneja al grupo, si busca la excelencia y la perfección simplemente no tiene importancia, puesto que lo que prevalece, al fin de cuentas, es que “él” es la piedra en el Zapato, “él” es un mal educado, no está de acuerdo ni en las formas en que ellos estructuran el campeonato y ni como organizan las tareas. Acá lo primordial es que “él” no moleste, que se quede calladito y que obedezca a la jerarquía que le paga el sueldo. En este punto estoy seguro: No, no me equivoco.

El punto es que el producto selección nacional solo les pertenece a ellos, los dueños, aunque sean los hinchas los que pagan las entradas, los que a diario escuchan los comentarios de los periodistas deportivos, las formaciones de los equipos, los lesionados, etc. A mi me gusta el fútbol, me gusta la idea de que sea un deporte inclusivo, para todos, no de algunos; me gusta la idea de recordar las pichangas de barrio en donde la dedocracia del guatón que se llevaba la pelota para la casa obtuviera, al final del día, el merecido castigo multitudinario de la ley del hielo.

Nuevamente ha quedado demostrado que el Poder Político, al igual que los dueños del fútbol, jamás privilegiará a los que tienen la inventiva suficiente para demostrar que todo se puede hacer un poco mejor, que la crítica es el terrorismo y que los que queremos jugar el partido para transformar a nuestro país en una sociedad más justa, equitativa e integradora; estamos relegados, simultáneamente, inexorablemente e irremediablemente a la banca. Total, los árbitros los ponen ellos, la cancha la ponen ellos, y el equipo, al fin de todo, es de ellos no de todos.

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